Descubrimos que “el mundo está roto” y esto nos duele. Sabemos que no podemos cambiar todo, pero también sabemos que sí podemos hacer algo para que la vida de muchos y de muchas sea un poco más justa.
Descubrimos que “el mundo está roto” y esto nos duele. Sabemos que no podemos cambiar todo, pero también sabemos que sí podemos hacer algo para que la vida de muchos y de muchas sea un poco más justa.
En el contacto con aquellas diferencias que más nos duelen, con la pobreza pero también con la singularidad propia de ese otro con el que nos encontramos, cada voluntario y voluntaria se descubre a sí mismo. Se descubre igual de diferente y singular. Es a partir de este hallazgo que empieza a surgir la transformación de la realidad que buscamos.
Creemos que el servicio a los demás es una forma de vivir que nos hace más felices y queremos animar a otros a sumarse.
Construir un espacio con otras lógicas. Nos tratamos bien, nos escuchamos y nos cuidamos. Descubrir a través de juegos y talleres que existen formas de vincularnos con el otro que nos transforma a nosotros y los espacios que habitamos.
Desayunar. Hacer la tarea. Preparar una evaluación. Hacer un taller de arte. Compartir la vida. Saber que hay alguien que te quiere, que conoce tu nombre y tu historia y que está dispuesto a acompañarte cada semana.
Estar en la calle es vivir en un lugar fuera de la mirada de los otros. Todos pasan, pero nadie mira. Allí un encuentro es más que eso. Es una mirada distinta. Y una mirada distinta puede salvar.
Una caja pensada diferente. Pensada como una prolongación de la propia mesa. Como si esa otra familia fuera una invitada más de nuestra cena. Compartir la mesa y la vida, recuperar el sentido de la Navidad.
Una visita puede cambiar el color de la tarde. Una charla, una merienda que se hace más fácil de tomar. Las tristezas compartidas pesan menos. Sobre todo con la certeza de un próximo encuentro.
Charlar Compartir la vida. Saber que la edad no es ningún impedimento para divertirse, para dar y para recibir.
Es una semana, una vez al año. Pero es más que eso. Es compartir la vida de un modo tan intenso que ya nadie puede salir igual. Es ser hermanos y hermanas. Es dar y recibir. Pero sobre todo recibir…
Tener un espacio solo para vos. Un lugar de cuidado, de juego, de lectura, de estímulos. Los espacios de primera infancia nos permiten estar cerca de los más chiquititos y, desde ahí, pensar un mundo mejor para ellos.
Entendemos que no hay otra manera de trabajar (y de vivir) que no sea en comunidad. Generamos comunidades que sostienen, como red, a las personas que participamos de la Asociación, cualquiera sea su lugar en ella.
Aprendimos que los cambios se dan a partir de los vínculos y que los vínculos necesitan de tiempo. Por eso buscamos que nuestros proyectos tengan una duración en el tiempo y no sean simplemente “eventos” en la vida de una comunidad.
Las personas para nosotros no son “los jóvenes en riesgo”, “las ancianas”, “los pacientes”, cada uno tiene un nombre, una historia, una vida que queremos conocer. No creemos en el asistencialismo como modo de transformación de la realidad, creemos en el encuentro que nos descubre como iguales y que es punto de partida para una sociedad más justa.